A primeros de mayo de 2009, decidimos realizar un corto viaje; una escapada de cuatro días, necesaria para recomponer las estructuras mentales y para relajar el espítitu. Nos fuimos a la provincia de Jaén, a Sierra Mágina, una comarca cercana a la capital de la provincia, distante tan solo 30 km. de ella, y de economía fundamentalmente agraria. Entre otras muchas cosas, esto fue lo que encontramos.
Procesión de San Francisco de Paula en Albanchez de Mágina-¡Viva San Francisco de Paula!
-¡Viva!
-¡Vivan los comisarios!
-¡Vivan!
Le he puesto a las oraciones anteriores signos de exclamación por obedecer las reglas ortográficas; pero esos vivas, dichos en Albanchez, son tan monocordes, tan poco exclamativos, que no merecen esos signos. Me explico.
En reciente escapada a la provincia de Jaén, concretamente a Sierra Mágina, nos dio por acudir a uno de los pueblos de la comarca, Albanchez de Mágina, atraídos por sus tradicionales fiestas, que en esos días tenían lugar.
Un pueblo coronado por un castillo
Un pueblo coronado por un castillo
Eran las seis de la tarde cuando entramos por unas callejuelas engalanadas con banderitas y llenas de gente elegantemente vestida. Estallaban cohetes en el aire azul de la tarde; cerca del cielo, en lo más alto del pueblo, por debajo de un castillo que sí parecía estar en el firmamento, las campanas de una espadaña repicaban. Como llamados por ellas, caminamos hacia la iglesia; sus puertas estaban abiertas de par en par. Entramos en su interior; un grupo de hombres se apiñaba en torno al paso que sostenía la pequeña figura de un santo: San Francisco de Paula. El paso tenía forma de artesa. ¡Ojo al dato!
Tras un rato de espera, se oyó una banda de música que se aproximaba: delante de la banda llegaban cuatro señoras ataviadas con mantillas y peinetas; tras ellas, sus maridos, velas en ristre, caminaban muy serios: eran los comisarios, personajes que antiguamente corrían con los gastos de las fiestas del pueblo y daban comida y bebida a todos sus habitantes; en la actualidad, la tradición se conserva y los comisarios -que son voluntarios- también contribuyen a los gastos, junto con el Ayuntamiento, y organizan ágapes para sus amigos y familiares.
Ahí llegan: comisarios y comisarias; detrás, el Alcalde del pueblo.
Una vez congregados todos los protagonistas del desfile procesional, los costaleros auparon el santo y salieron por la puerta de la iglesia a los sones del himno nacional. Apenas el paso salió a la calle, de la primera ventana que se encontró, empezó a caer trigo sobre la artesa que servía de paso. Los dueños de cada casa, se asomaban al balcón o a la ventana y derramaban sobre el santo trigo y más trigo, utilizando para ello una bandeja. Cuando arrojaban la última bandeja de trigo, decían -no gritaban-, decían:
-Viva San Francisco de Paula.
Los de abajo, los que iban en la procesión, gritaban, perdón, decían:
-Viva.
San Francisco y una señora echándole trigo.
Mirábamos sorprendidos aquel rito y no entendíamos cómo en el paso con forma de artesa podía caber tantísimo trigo, pues de cada ventana le llovían al santo varios kilos. Lo que no sabíamos nosotros, es que por debajo del paso, los costaleros -de vez en cuando- sangraban la artesa, y llenaban con el sangrado pequeños sacos que posteriormente son donados a Cáritas para que destinen los beneficios obtenidos con su venta a ayudar a personas necesitadas.
Casualmente, al día siguiente, tras una ruta por toda la comarca, volvimos a pasar por este pequeño municipio de poco más de 1.200 habitantes, a la misma hora del día anterior, sobre las seis de la tarde. Entramos. Los cohetes seguían sonando y formando pequeñas nubes de humo en el aire. Anduvimos por las calles hasta llegar a una pequeña plaza, en la que tomamos posesión de una mesa y cuatro sillas desde las que ver el paisaje urbano y humano del pueblo. Todos los hombres -o casi todos- pasaban vestidos con traje y corbata y portaban una medalla colgada del cuello y al menos una larga vela.
Un grupo de ellos estaba sentado cerca de nosotros, en otro velador; otro grupo, enfrente. Bebían cubatas sin medida. Nos enteramos por el camarero que nos atendió y por una señora que se encontraba cerca de nosotros, que había procesión otra vez esa tarde, sacaban otra vez a San Francisco, le volvían a poner de trigo hasta las cejas; pero a la procesión de aquel día solo asistían los hombres, los llamados hermanos.
Hemos salido al atardecer del pueblo. Seguía en la distancia el volteo de campanas y el rugido de cohetes. Nos hemos detenido en un mirador que se encuentra a la salida, ya en la carretera; dos señoras mayores, viudas, vestidas de negro, charlaban mientras contemplaban el paisaje desde el balcón del mirador. Nos han dicho que no iban a disfrutar este año de las fiestas porque sus respectivos esposos habían muerto recientemente y no tenían ánimo para ello. La cara y la cruz de la vida.
1 comentario:
Hay gente para todo.
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