Río Majaceite

Río Majaceite
Río Majaceite a su paso por El Bosque

18 ene 2018

MOGARRAZ


Mogarraz dormía o parecía dormir en medio de un hermoso silencio adornado de cantos de agua que varias fuentes entonaban en medio de la dorada oscuridad de sus calles. Paseábamos bien abrigados, aunque el intenso frío nos sorprendía en cada esquina; caminábamos, nos parábamos, mirábamos los muchos retratos de personas cuyos rostros decoran las fachadas de las casas del pueblo, nuestro ojos llenos de signos de interrogación. Ya cerca de la Plaza Mayor, una música gregoriana vino a poner magia en nuestros tímpanos, sorpresa en nuestras miradas. Caminamos hacia la iglesia que se erigía en la zona alta de la plaza, pensando que de allí provenía aquella música, pero la iglesia estaba cerrada. Junto a la iglesia, de un portalón abierto que dejaba salir una luz tenue, es de donde también salían aquellos cantos gregorianos que impregnaban de misterio la noche mogarreña. Un señor mayor, de ochenta y seis años según supimos después, de nombre Sebastián, era el mago que con un viejo radio-cassette llenaba de aquella música la plaza y las calles cercanas, una música que a él le servía de acompañamiento en su trabajo y a la que él sumaba el rasgueo de una escofina contra un trozo de madera.


Continuamos el paseo después de hablar un rato con aquel extraño personaje que en solitario, con aquella música de fondo, moldeaba aquella madera para convertirla en cuchara; decenas de cucharas colgaban del techo; decenas de bastones, hechos a mano, llenaban todos los rincones de aquella cuadra transformada en taller donde Sebastián pasa una buena parte de su vida. Había que volver, al día siguiente había que volver para charlar con este hombre, para comprarle alguno de sus bastones, para disfrutar con él de aquella música que siempre o casi siempre le acompaña mientras trabaja. 


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Volvimos al día siguiente. Recorrimos el pueblo para disfrutar de su belleza. Poca gente en sus calles. Los retratos colgados en las fachadas seguían siendo un misterio para nosotros. ¿A qué se debían? Un vecino nos dio la explicación: en 1967 un fotógrafo del pueblo, Alejandro Martín Criado, por encargo del alcalde, fotografió a prácticamente todos los mayores de edad de la población, con el fin de que se sacasen el carnet de identidad, y hace unos años el pintor Florencio Maíllo, mogarreño de nacimiento, se dedicó a convertir aquellas fotos en retratos pintados en lienzos de chapa, que ahora lucen en las fachadas y sorprenden a los visitantes.


No todos los vecinos están a gusto con esa exposición, que ya lleva varios años puesta; a Sebastián y a algunas de las personas mayores que con él hablaban del tema en la plaza, a instancias nuestras, no les gusta; Sebastián, Sebas para los amigos, autorizó que colocaran su retrato y el de su padre en su fachada porque es amigo del pintor; a una señora mayor que en la tertulia estaba le parecía que "los muertos muertos están y no hay por qué tenerlos ahí expuestos", aunque no todos los que aparecen en los trescientos ochenta y ocho retratos colgados en las fachadas, han muerto, no pocos aún viven.




Ya cuando nos despedíamos de Sebas, le pedí que me vendiese uno de los muchísimos bastones que en su taller almacena. Me contestó que no, que él no vende, que sus bastones no tienen precio, que en algún caso los regala. En este caso, terminé el paseo por las calles de Mogarraz, apoyado en uno de sus hermosos bastones por el solo placer de ir acariciándolo.