Se ha muerto Pepe Toro. Este mes de diciembre se ha empeñado en poner luto y tristeza en los corazones de este pueblo. Murió hace unos días un hombre joven, Víctor, en un desgraciado accidente laboral, y ahora este otro hombre, vecino de Prado del Rey, pero con muchos lazos de amistad en nuestro pueblo. Si yo tuviera que definir a Pepe con una sola palabra, elegiría la palabra "música"; y si la música fuera cielo, seguro que él sería una estrella en su firmamento; si fuera mar, una brava ola que choca contra un acantilado y salpica corcheas y sostenidos sobre todos los que le rodean. Pepe era un tornado, un remolino de viento que se transformaba en huracán cuando se encerraba con un grupo de chavales para enseñarles música. Era duro y tierno con sus alumnos, como tienen que ser los maestros: lo mismo les lanzaba una reprimenda con la mirada que les tiraba un beso para premiarlos. Él ha creado o mantenido en andas tropecientas bandas de música: en Prado del Rey, su pueblo natal, por supuesto; en El Bosque, en Arcos, en Zahara, en Villamartín... Maestro de doscientos mil millones de niños, número que a él le gustaba utilizar cuando deseaba ponderar con exageración algún asunto.
Pepe y yo. Julio de 2009, en Prado del Rey |
Le he visto dar clases en El Bosque; le he seguido viendo delante de la banda de música de su pueblo... y era un espectáculo: Pepe bailaba, sufría, se divertía frente a sus músicos; les hablaba, les animaba, les reprendía, mientras hacía volar la batuta en el aire como si fuese una varita mágica que sacaba de los pulmones de los músicos los mayores esfuerzos, los mejores sonidos de los instrumentos, la más dulce habilidad de las manos de los artistas que él había forjado y que en esos momentos conducía.
Tuve ocasión de verlo dirigir bandas de música muchas veces. En el verano de 2009, en las fiestas de su pueblo, asistí a uno de sus conciertos en la plaza. Me concedió Pepe el honor de dedicarme una de las piezas que interpretaban.
Quiero hoy, en prueba de agradecimiento por toda la labor que ha hecho, dedicarle estas palabras a un hombre que ha llenado de música, y de bondad por tanto, muchas almas, y a quien conocí y admiré desde mi niñez; desde que tras los visillos de una ventana de mi casa, le veía los festivos días de San Antonio, despertando a todo el mundo de la manera más agradable que imaginarse pueda, con los sones de músicas mil veces repetidas, mil veces escuchadas, pero mil veces bien recibidas.
No soy músico, solo sé escribir; por eso no puedo dedicarle a Pepe un solo de trompeta o de saxo, como yo quisiera; pero sí estas palabras, que expresan sentimientos que me salen del corazón.