DESIERTO DE ESPERANZAS
Jalil miró a su alrededor: una calle de tierra, unas casas de adobe, unos niños que lo miraban como si de repente se hubiese convertido en un ser de otro planeta... Abrassalem, su hermano pequeño, lloraba en silencio, los ojos grandes y negros arrasados en lágrimas. Jalil emprendía camino hacia los campamentos de Tinduf, en el desierto argelino, para quizás no volver nunca más a Hasi Amsid, su pueblo natal. Miró hacia el desierto que le esperaba y, al fondo de su mirada, se dibujó un horizonte inalcanzable, un océano de arena y piedras que cruzar hasta llegar a los campamentos de refugiados, donde le esperaban el dolor y la lucha por volver a recuperar la dignidad de su pueblo, el dolor y la lucha por volver a vivir libremente en la casa que hoy dejaba. Su padre partió años antes hacia donde hoy él partía y en una emboscada encontró la muerte; su madre quedaba ahora más sola, también sin él; pero ella le había exigido que cumpliera con lo que él entendía que era su deber, que ella se bastaría por sí misma para salir adelante.
Jalil y varios amigos más habían concertado la partida a la hora de la puesta de sol, un lejano sol rojo que peinaba rizos al aire que lo envolvía. El traqueteo de una vieja camioneta rompió el silencio y la soledad del paraje en que escondidos la esperaban; arrojaron sobre su cajón trasero sus remendadas mochilas, subieron y se hundieron lentamente en las entrañas de la noche. El desierto, a aquellas horas, era una luna blanca y redonda que escondía tras su luz, la luz de las estrellas, y era también una vereda ancha sin límites a la que solo la estrella polar prestaba referencias.
Amanecía cuando, a lo lejos, vislumbraron los campamentos. La camioneta resoplaba mientras trepaba por una ladera que les subía a un otero de arena y, ya casi coronándolo, rindió sus fuerzas al combate de los vientos alisios que soplaban en sentido contrario. Hicieron un obligado alto en el camino. A los pies de las altas dunas que cruzaban, un valle de luz cegadora y arena se extendía ante sus ojos. Pasaron horas arreglando aquel viejo motor. Casi anochecía cuando, por fin, pudieron reemprender la marcha y llegar a aquel poblado hecho con tiendas de lona y construcciones rudimentarias: era la wilaya* bautizada con el nombre de Dajla; de aquellas tiendas salieron a recibirles cientos de mujeres que emitían sus tradicionales gritos de regocijo, el aire se pobló de azaghrata*. Una algarabía de sonoros saludos les rodeó hasta que llegó Gali, el jefe de la dahira*, y se los llevó al interior de una jaima algo retirada de aquella multitud. Les acogió allí una oscuridad profunda y silenciosa, solo mitigada por una luz de gas que parpadeaba suspiros de penumbra. De las palabras de bienvenida, Gali pasó a las instrucciones sobre las tareas de las que cada uno de los cuatro recién llegados habría de ocuparse a partir de la mañana siguiente y, poco después, rendidos por el sueño, por fin pudieron descansar al abrigo de aquella jaima, sobre una alfombra roja y unos cojines forrados de terciopelo ajado.
Pasaron los años. Jalil encontró allí compañera, tuvo dos hijos y se convirtió en el administrador de la dahira; viajó varias veces a España acompañando a niños saharauis que vivían unas intensas vacaciones en paz en verano, acogidos por familias solidarias. De aquellas estancias en España, volvía Jalil a los campamentos cargado de toda clase de cosas y de promesas de envíos de víveres y productos necesarios para sostener a una población que solo vive de la ayuda que le llega. El verano de 2010 había sido especialmente fructífera su labor y Jalil volvió rebosante de alegría a su dahira.
Unos meses después, en la jaima, durante el cotidiano rito nocturno de conversar y tomar el té, la tertulia se interrumpió para escuchar las noticias que la radio daba. Aquella vieja radio que una familia española les había regalado, desgranaba sucesos que hacían palpitar intensamente el corazón de Jalil. Las noticias hablaban de la revuelta de El Aaiun y Jalil sabía que su madre y su hermano hacía dos años que habían partido a la capital del Sahara ocupado, buscando unas mejores condiciones de vida. La radio contaba que un numeroso grupo de saharauis había instalado un campamento en un lugar céntrico de la ciudad, en señal de protesta por la marginación en que vivían y como desesperado grito reivindicativo de la independencia de su país; la policía marroquí había abierto fuego contra los contestatarios y un joven saharaui, Abrassalem llamado, natural de Hasi Amsid, había caído abatido por una bala asesina. Jalil miró hacia el cielo con sus ojos grandes y negros arrasados en lágrimas y, más allá de la luna, le pareció ver a su hermano, que le miraba también con aquellos ojos suyos negros y grandes que hablaban de desesperanza y abandono.
Un pesado silencio petrificó el aire de la jaima. Jalil se levantó y pronunció solo dos palabras: "Me voy". Dos días después, en una vieja camioneta, junto con su mujer y sus dos hijos, partió hacia El Aaiun, en busca de su madre. El sol acabada de incendiar el horizonte y de morirse abrasado en sí mismo; la camioneta rugió cansada ya al arrancar y, lentamente, Jalil, su esposa y los dos pequeños se perdieron en la oscuridad del desierto.
*Wilaya: Campamento.
*Azaghrata: Sonido ritual que con su voz emiten las mujeres árabes en señal de regocijo.
*Dahira: Cada uno de los pueblos que componen una wilaya.
29 comentarios:
Este escrito es toda una cronica real de la situación que tantas familias padecen en ese conflicto...
en ellas se vierten un cúmulo de falsas esperanzas, rotas a cada poco, al igual que las negociaciones...
para no olvidarnos de la dureza que la vida pone en el camino de muchos.
Me ha gustado.
Suerte.
No sé como lo haces, pero siempre lo consigues... (insulto gordísimo).
Una narración desgraciadamente realista y actual, muy bien expresada, se siente la dureza de esas vidas y sus justas reivindicaciones.
Mucha suerte y un abrazo
Dios mío, qué relato, me has puesto los vellos de punta, si es para un concurso, merece estar entre los mejores. Lo voy a leer otra vez
Se percibe el dolor, la alegría, la esperanza y la frustración, tan cercanos se encuentran y tan lejanos nos parecen. Una magnífica narración. Un fuerte abrazo.
Esta edición del Concurso de Paradela es el limite de la "Libre Creación" cada entrada son tan diferentes que estamos descubriendo verdaderas obras literarias y esta tuya lo es, un saludo.
Aro siempre me sorprendes, eres genial. Suerte.
Bicos
Uhau.....................me has dejado en vilo.
Solo me has dejado la esperanza.....
Un abrazo.
Alucinante ARO !! leerte es como viajar al desierto, sintiendo el dolor , la esperanza y la desesperación de todo un pueblo abandonado a su suerte.
Un besazo
Emotivo relato de una cruel realidad de un pueblo que lo ha intentado todo pacíficamente y que ha recibido por respuesta el silencio y el abandono de la comunidad internacional. Gracias por tu testimonio, amigo. Y que, al menos, sirva para no caer en el olvido.
Ficción o la amarga realidad...La persecución a los saharauis pasará a la historia...víctimas inocentes que en su propia patria han tenido que escapar de la muerte. Los invasores han querido convertir el Sahara en una inmensa hoguera, en un nuevo holocausto...y el mundo democrático mirando para otro lado. La historia se repite desgraciadamente.
Un abrazo.
Que vida tremendamente cruel tienen algunos.
Que dolor.
Besos
Me emocionas, Aro. Cada vez que empiezo, voy intuyendo lo que me harás sentir.
Y aquí lo has bordado. Una preciosidad dentro de la tristeza de esta gente. Su dignidad y lucha es un ejemplo que, yo, dentro de mis posibilidades, apoyo siempre.
Un abrazo grande y solidario.
Un desierto lleno de esperanzas el que nos narras, ojalá esas esperanzas se hagan realidad ¡YA¡
Un beso
noche
Estupendo relato Aro, triste pero, por desgracia, muy real. Situación por la que pasan muchas familias buscando esa paz.
Que tengas mucha suerte, te lo mereces.
Un saludo
Aro que bien has narrado una triste realidad tan cercada y todavía no resuelta, además, sin vista de que tenga una buena resolución. Este conflicto como otros muchos parece que no conviene resolverlos.
Dime ¿tú estás en las fotos? A mi me a parecido que sí, pero no sé.
Un abrazo, compañero.
De tan real y auténtico, duele en la piel.
Una de mis hijas convivió unos días en un poblado saharaui. Solamente nos hablón bien de las gentes que mayoritariamente, claro, eran mujeres y niños. Su alegría y sus ganas de vivir, le dieron fuerzas a ella para poder marcharche.
Aro, precioso relato que además pienso que sería bueno que se difundiese.
Bicos.
Esta entrada es un peso pesado ganador...
Salud
Encarni, estoy en algunas fotos, en una de ellas vestido con una túnica blanca que me regaló un saharaui llamado Jalil.
Muy Bien Aro. Una historia real de unos acontecimientos reales, y un situación la del pueblo saharaui, que es injusta y por desgracia tambien REAL!
Me has emocionado, Te deseo mucha suerte, amigo.
Desierto real, desierto de esperanzas. Desierto de olvido y abandono.
Me quedo con esos ojos que hablaban de desesperanza y abandono, el reflejo de un pueblo. Magistral
Que curioso, aquellos que levantan sus voces antisemitas, callan vergonzosamente en el Sahara. Doble e interesado rasero diría yo.
La política cobarde es la que nos ha hecho dar la espalda a nuestros propios compatriotas. Que pena!!!
Saludos
Hola Aro,
Me pareció exactamente estar escuchando y viendo un documental de estos que tanto me gustan, realidades del mundo.
Tu lo has hecho más tierno, pero verdaderamente es cruel la verdad de estos pueblos.
Gracias por visitarme, ya encontré el blog, pero he publicado en los dos, luego veré que hago.
Saludos,
ARO, yo conocì a Jalil en El Bosque. Compartimos muchos ratos agradables; èl asistiò a un cumpleaños de Marìa y estuvo conmigo y Curro Pino y nuestras respectivas familias, en aquèl vetusto Renault 11 que yo tenìa , en la playa. Han pasado muchos años y nunca vovì a saber de èl. Cuando comencè a leer tu relato ya sabìa que se trataba de èl.
Abrazos desde Chile.
Lo has bordao tío.
Hola, Aro:
Tan real como la vida misma... La que algunos tienen que sufrir en vez de vivir.
Gracias por visitarme, felices fiestas navideñas.
Abrazos.
Precioso el relato, tristemenete precioso (por la temática).
Además, has conseguido un tono sostenido lejos de cualquier atisbo de sentimentalismo, lo cual me ha gustado especialmente.
El final, con el retorno de Jalil y su familia tras la muerte de su hermano, el mismo hermano que se menciona en el primer párrafo, me parece muy bueno, un auténtico broche de oro, el viaje iniciático del héroe que se cierra en el punto de partida.
He disfrutado de veras.
Sólo me apena que lo narrado sea tan real y tú conozcas a Jalil y su familia por lo que intuyo.
Un abrazo fuerte.
Esta es una buena narración de un drama que pasa a menos de 100 Km. de Las Islas Canarias, físicamente y moralmente muy cercano. Y pese a quien le pese, España tiene mucha responsabilidad en esta situación de injusticia.
Suerte y un abrazo, Ibso.
P.D.: el otro día descubrí el blog de un ex-embajador español. En él habla extensamente del estatuto jurídico del Sahara Occidental. Te dejo el enlace por si te interesa.
Opiniones de Jay
Aro, percibo en el relato que está basado en un hecho real. Has sabido trasmitir un cúmulo de sentimientos, que además estan a flor de piel por el conflicto tan enorme que estan viviendo esas gentes en la actualidad.
Mereces ganar!
Muchas emociones encontradas, triste realidad que viven millones de seres alrededor del mundo. Quizas sea mucho pedir que todas las historias similares terminen en un final feliz.
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