Se dice que en los pueblos pequeños nos conocemos todos. Nada más lejos de la realidad. De nuestros vecinos conocemos sus facciones, sus vínculos familiares, sus relaciones sociales, en fin una serie de circunstancias externas que no dejan de ser eso, circunstancias. Pero el yo auténtico, lo que cada uno guarda, la verdadera esencia de las personas, nos son absolutamente desconocidas, salvo en lo que se refiere a las personas que constituyen nuestro entorno familiar y de amistad más íntimo. Una casualidad me ha permitido conocer una faceta artística desconocida de un joven de este pueblo, Rafael, que apenas si saluda cuando con él te cruzas, pero que hoy ha abierto para mí la puerta de su casa y de sus aficiones, y me ha enseñado las pequeñas esculturas en madera que pacientemente talla, con una calidad que roza la perfección. Le he hablado de la posibilidad de exponer sus trabajos para que se conozcan y se disfruten por los demás; él, que es extraordinariamente introvertido, ha sonreído tímidamente y se le han alegrado los ojos, pero ni ha aceptado ni ha rechazado la idea.
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