Ha pasado en varias ocasiones por estas páginas y lo conocéis muchos de los que me visitáis. Tenía 88 años, en septiembre hubiera cumplido 89. Pero ayer por la mañana, en su casa del Boyar, en medio de aquel paraíso, le entregó su último suspiro a un amigo con el que iba a venirse al pueblo, a Benamahoma. De su casa al carril donde le esperaba el coche hay una empinada vereda. Cuando ya estaba arriba se sentó y murió. Llevaba a cuestas un ligero equipaje -como me comentó el común amigo Rodrigo Olmedo-, un saco con algunas ropas y nada más. Bartolo vivió siempre con lo justamente necesario, pero rodeado de una rica naturaleza y de familiares y amigos que lo querían.
Así lo grabé un día de febrero del año 2011:
El pasado lunes habíamos ido a visitarle. No estaba en su casa, pero de regreso nos lo encontramos no lejos de ella, sentado al sol, junto a un olivo. Tenía frío, nos dijo. Le vi la muerte en la cara, le costaba hablar y no era el Bartolo de siempre; se le notaba cansado. Cuando nos alejamos de él, comenté que tenía el presentimiento de que le quedaban días de vida. Estuvimos con él un rato y le grabé estos fragmentos de la última conversación que con él mantuvimos:
Un hombre bueno se nos ha ido. Su alma permanecerá enredada en estos paisajes que le han visto nacer, vivir y morir.