En una entrada de hace pocos días, hablábamos de Antonio y Bartolo, dos hermanos que viven juntos, pero no revueltos; cercanos, pero cada uno en su casa, en medio de un paraje en el que se reunen todos los verdes que existen para pintar un cuadro excepcional. Bartolo apenas ha salido de ese su mundo; Antonio ha trabajado durante muchos años en Suiza. Le hicimos el pasado sábado día 21 de noviembre una visita, primero a Antonio y después a Bartolo. Cuando llegamos a la casa de Antonio, en primer lugar nos recibió el ladrido ronco y nada agresivo de su perra. Véanlo y escúchenlo:
Antonio salió a recibirnos, avisado por nuestras voces de llamada y por su perra; nos tendió la mano y, a modo de invitación, puso cinco sillas a la puerta de su casa, que, a pesar de estar en medio del campo, tiene sobre el dintel de la entrada un azulejo con el número 9. Antonio nos contó muchas historias, charlamos durante largo rato. Nos dijo que había conocido en Suiza a un señor de Alemania, que formó parte de la "quinta del chupe", aquellas tropas de casi niños que Adolf Hiler reclutó en los últimos meses de la guerra; le había contado este longevo alemán que estas tropas, absolutamente inexpertas, una noche en que otra compañía del ejército alemán retrocedía, las confundieron con tropas enemigas y abrieron fuego contra sus propios compañeros. Así nos lo contaba Antonio: