Río Majaceite

Río Majaceite
Río Majaceite a su paso por El Bosque

11 ago 2009

PASEOS POR EL ALBARRACÍN

El pasado mes de agosto nos sorprendió por estos lares una tormenta que -en medio del asfixiante verano- nos regaló unos cuantos días otoñales. Al regreso de uno de los paseos de aquellos veraniegos días de tormenta, la pluma quiso describirlo y vertió sobre el papel lo que a continuación podéis leer.
Ruta del Pilar con tormenta
(ejercicio literario)
La tarde del diez de agosto fue trenzando nubes en su cabellera rubia y azul. El sol paseaba entre celestes senderos y alfombras grises cargadas de lluvia. En la distancia se oían rodar enormes toneles de maderas nobles. El aire olía a futura lluvia y a otoño lejano. Una campanada anunció la hora, las seis y media, y un ligero tamborileo de gotas sonó en los cristales de la ventana que alumbraba mi lectura.
El Monte Albarracín lucía limpios verdes y mechones amarillos, y llamaba con susurros de brisa fresca. Sus llamadas robaban mis ojos al libro. El reloj de la plaza habló nuevamente y pronunció siete sílabas de bronce. Pensé que sería hermoso empaparse de esta prematura lluvia en el Monte y oir desde allí las siguientes campanadas del reló.
Dicho y hecho. Húmedos perfumes otoñales envolvían el bosque de encinas y pinos; los lentiscos exhalaban suspiros de lentisquina. Mis pasos anduvieron sobre ocres veredas blandas hasta llegar al pilar en cuyo rostro las gotas de lluvia peinan rizos de luz. En el cielo algún arcángel modelaba figuras de humo y niebla que llovían sobre todas mis miradas.

Ocho zarcillos de bronce surcaron el aire de la tarde. Había ya pasado casi una hora desde que inicié el paseo. El quejigo de los cuentos de brujas y hadas me estaba esperando donde siempre; pero el musgo del último invierno había huido de su corteza buscando la humedad del suelo sin encontrarla.

En el horizonte, los amarillos pajizos del verano desmentían los mensajes que el otoño enviaba. Descendía la vereda hacia el final del recorrido y a cada paso iba creando nostalgias y deseos de volver a empezar la ruta.

Pero ya la luna quería ser reina, ya venía a apagar las luces de las higueras y de los cornicabros, a cubrir de plata la roja sangre del día. Y cuando la luna se empeña, ni todos los buhos juntos se atreven con sus luminosos ojos a negarle oscuridad a la noche.


6 comentarios:

Unknown dijo...

Magnífica descripción, Antonio, es como si lo estuvieses viviendo "in situ". Sería un día gozante discurrir por el Albarracín entre gotas de lluvia, de hecho llegué a comentarlo con mi amigo Juan Ignacio.

PD. Vamos a tener que organizar algo para los blogueros, que ya somos unos cuantos,...

EMILIO VAZQUEZ dijo...

¡Redondo! Es la expresión que define exacatamente eta bucólica.

Por cierto, muy poético le de RELÒ.

Juan dijo...

No se puede contar mejor nada. Yo no me explico de donde has sacado, tanta belleza. Es más bella la descripcion que haces que la propia realidad

Isa dijo...

¡Que bonito!

El canto de la ciguapa dijo...

Ey que lindo paseo me has regalado, hasta siento los pies húmedos, y la traspiración por la caminata, jaja.
Esos paseos me encantan, y la descripción que hace de todo aquello, suena tan real que si cerrara los ojos y empezara a caminar aquí dentro del piso, sentiría la sensación de estar en ese lugar que describes.
Te saludo

jose roman corrales dijo...

Aquél día, para mí,fué como volver a mi niñez. Me emborraché de nostalgias...Coincido con Emilio en lo poetico del reló.